MEDALLÓN DE FRANCO EN SALAMANCA
Medallón de Franco en Salamanca F. Largo Caballero en Madrid
Prensa:
La experta en Historia Contemporánea Josefina Cuesta Bustillo decía que el medallón de Franco “constituye un residuo monumental del régimen del general Franco y, por ello, de la exaltación material de sus principios, doctrinas y valores”. Y añade que este sería un argumento para la “supresión de relieves e inscripciones”, como se recoge en la Ley de la Memoria Histórica. El símbolo del dictador “es en sí mismo un símbolo radicalmente contrario a todos los valores de democracia, pluralismo, tolerancia, civismo y derechos humanos que hoy constituyen nuestro ordenamiento, garantizan nuestra convivencia y son compartidos por toda la sociedad”. La presencia de este medallón “ofende a las víctimas de las persecuciones y asesinatos del golpe de 1936 y posteriores, que siguen vivas, y a sus descendientes”.
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Antes de comentar el recorte de prensa, permítaseme situarme como descendiente de represaliado y familiar de muertos por parte de los dos bandos de la guerra civil. Y aquí surge el problema: ¿A cuál de los dos bandos dirijo mi odio, mi resentimiento? Pues he decidido, a mis 70 años y después de leerme la malnacida ley de la Memoria Histórica, que a ninguno. Raro es el país que no ha pasado una guerra civil, y lo más que se pide es que no vuelva a repetirse. Pero aquí, en España, a más de uno le gusta remover una parte de la miseria que fue un enfrentamiento entre españoles.
La señora Josefina Cuesta, muy experta ella, considera que el medallón de Franco "ofende a las víctimas... y a sus descendientes".
Pues ya ve usted, me siento aludido: Cuando paso por delante de la estatua a Largo Caballero me ofende como familiar de un asesinado por los rojos. Cuando veo el medallón de Franco me ofende como familiar de un asesinado por los azules.
Comparemos, señora:
** El medallón de Franco representa principios, doctrinas y valores propios de una dictadura. (Vale, todos sabemos cuáles son).
** La estatua de Largo Caballero representa los principios, doctrinas y valores que él mismo proclamó y defendió. Por ejemplo:
“La clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo, y como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la revolución”. (Mitin en Linares el 20-01-1936).
“No creemos en la democracia como valor absoluto. Tampoco creemos en la libertad”. (Verano de 1934 en Ginebra. M. Martínez Aguiar, ¿Adónde va el Estado español?, Madrid, p.135).
Para qué seguir, señora Cuesta. En este país estamos acostumbrados a dar bandazos sociales y políticos, y ahora toca en una específica dirección histórica. Durante años los “apestados” eran los rojos (entre ellos mi padre) y ahora lo son los azules. Así no vamos a ningún sitio.
De lo que explicaba mi antiguo profesor en el Instituto Fray Luis de León, don Julián Álvarez, sobre la historia contemporánea de España, y de lo leído en bastantes libros de distintos y contrapuestos autores, hace tiempo que saqué la conclusión de que, de haber vivido en los años treinta no me habría apuntado a lo que se llamaría “democracia orgánica”; pero me asustaría vivir en la España de Largo Caballero. Creo que en aquellos tiempos se planteaba decidir entre lo malo y lo peor. Ganaron los malos.
Por cierto, aun siendo hijo de un jornalero “rojo” pude estudiar gracias a una sustanciosa beca que en otros oprobiosos tiempos concedía el llamado PIO (Patronato para la Igualdad de Oportunidades y que exigía una calificación media de notable.
Mi visión de la realidad vivida hasta ahora es que la Dictadura creó sus subproductos y esta Democracia está creando los suyos.
Resumiendo, señora Cuesta:
** Me apunto a los que nos gustaría no remover la historia y dejar que las piedras, los bronces, residuos monumentales según su criterio, hablen en el idioma que les fueron propios.
** Que la estatua de don Francisco Largo Caballero también desaparezca de su ubicación actual en Madrid. ¡Cómo dedicarla a alguien que tampoco creía en la Libertad!
Hasta otro día.
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